Guardias Civiles de Colmenar Viejo salvan una vida

Quizá a muchos os parezca una frivolidad y queráis leer una historia que no tendrá nada que ver con la que os voy a relatar, así que estad preparados. Hace unos días en las calles de la pedanía que ahora moro, encontré un gatito recién nacido (a decir verdad lo encontraron mis perras), aun estaba manchado de la madre y con su cordón umbilical.

El pobre tirado en la calle solo podía maullar mientras tiritaba de frió a la sombra de un muro, arriesgando su corta existencia si un coche pasaba por allí. Afortunadamente no suele haber muchos coches ahora que el verano se retiro a descansar hasta el año que viene.

Recogí a este gatito y envuelto en una toalla me dirigí al sitio mas cercano donde pudieran hacerse cargo de el, pues con mis 4 perros mi casa no era una opción muy recomendable. Baje hasta el Hospital Veterinario Sierra de Madrid, ubicado en San Agustín de Guadalix, donde les expuse el asunto.

Al decirles que yo no me lo podía quedar me dieron la dirección y el teléfono de un albergue en Colmenar Viejo y pese a mi insistencia no fueron capaces de echarle un vistazo o darle algo de alimento, que a saber las horas que llevaba el pobre sin comer.

Sorprendido por la calidad moral de las dos recepcionistas que me atendieron me dirijo al albergue mientras mi mujer llama por teléfono. Para aumentar aun mas nuestro asombro le dicen que no vayamos por que no se van a hacer cargo de el, que eso tiene que ser con la policía local, por que si no es un problema.

La vergüenza hacia mi raza estaba rozando cotas infinitas. ¿Nadie era capaz de ayudar a un pobre animal? ¿Ni siquiera aquellos que deberían velar por ellos?

Seguí hacia Colmenar Viejo pues me temía que si bajaba hasta Madrid la respuesta seria la misma o peor, y en mitad del camino encontré un control de la Guardia Civil, y ni corto ni perezoso me pare para ver si podían acompañarme al albergue para que los supuestos amigos de los animales estuvieran obligados a cuidar del pobre neonato.

Me responden que eso es competencia de policía local y que no pueden hacer nada, pero a través de su móvil hablan con ellos y les citan conmigo en una rotonda posterior para que se encarguen de todo. En esa rotonda espere y nadie aparecía hasta que veo al fondo por el espejo retrovisor unos rotativos azules y rojos. Era una falsa alarma, un coche de la guardia civil que se dirigía al control.

Lo curioso es que al momento aparecen los tres guardias con los que antes había hablado (no se si pedirían un relevo del control para ayudarnos) y me dicen que policía local a dicho que no era competencia suya, así que ellos habían llamado a un veterinario que se dirigía en ese mismo momento hacia el cuartelillo de la benemérita.

Se ofrecen a escoltarnos hacia el lugar y al llegar mientras dos de los guardias vienen a ver al pequeño el otro se aleja hacia el cuartelillo a coger una caja con periódicos para cuna de nuestro protagonista. Así arropado con la toalla se lo dejamos mientras este ultimo haciendo monerías al recién nacido se aleja hacia el cuartelillo a esperar al Veterinario.

Gracias a estos tres agentes de la Guardia Civil este pequeño gatito puede tener una oportunidad, que espero sea buena, y jamas les estaremos lo suficientemente agradecidos. Y que decir de el gatito que en la hora y pico que duro su epopeya nos gano a todos los que participamos en ella.

Bueno, curiosamente no a todos. Aquellos que aman a los animales y aquellos que cuidan a los indefensos, no fueron capaces de tomar parte siquiera en la primera vida de este gatito, mientras que los que velan por los seres humanos hicieron algo por lo que este pequeño gato les estará agradecido durante sus siete vidas y nosotros durante la nuestra.

Por eso quiero desde aquí dar las gracias a estos tres Guardias Civiles que actuaron impecablemente y ojala este texto hiciera pensar a aquellos que no lo hicieron. Me gustaría pensar que todos podemos mejorar, y que nuestra moralidad alguna vez podrá dejar de moverse por el vil metal.

Gracias Guardias Civiles de Colmenar Viejo.

La educación sobre animales

LA EDUCACIÓN PRIMERO I

Por Ana María García Sanjuán

Hace ya mucho tiempo, cuando entré en el mundo de la protección de los animales, como la mayoría de las personas que dedican gran parte de su tiempo a salvarlos del abandono y de los malos tratos a que se les somete, yo también creía que la mejor labor que se podía hacer era recogerlos y llevártelos a casa donde terminaban siendo cada vez más, molestando a familiares y vecinos y creando cada vez más problemas.

O llevándolos a un albergue, una auténtica perrera en la mayoría de los casos, donde malvivían hasta que morían destrozados en peleas debidas al hacinamiento, pasaban hambre, enfermaban sin que un veterinario les ayudase y dejaban pasan sus días esperando a que volviera la mala persona que había sido su dueño y que un día decidió que ya estaba bien de juguete y se los quitó de encima inventándose múltiples razones para acallar su conciencia.

Han pasado más de veinte años, durante los que he ido aprendiendo, no sólo en “la escuela de la vida” sino haciendo cursos y aprendiendo de personas que sabían más que yo, que se habían preparado antes; de diferentes asociaciones, tanto españolas como extranjeras, durante los cuales he aprendido y constatado que la verdadera protección de los animales consiste primero en educar las conciencias o, como me decían los profesionales ingleses de la RSPCA, de la WSPA, de la IFAW o de Born Free Foundation, entre otros, “si recoges cuatro animales les salvas la vida, si ayudas a pensar, a educar la sensibilidad de cuatro personas, el resultado se multiplicará”.

Así, en los países europeos más cultos, las asociaciones protectoras tienen departamentos educativos que colaboran con los gobiernos y hacen su labor en las escuelas. El resultado es que no hay animales abandonados, ni cacas en las calles.

Los policías cuentan con cajas de distintos tamaños, adecuadas para recoger cualquier animal hasta ser llevado al albergue más próximo, cuyo departamento más importante es el educativo.

En España, en general, y en Canarias en particular, la labor más dura de las protectoras es convencer a los gobernantes de que una de sus obligaciones, lo dicen incluso nuestras leyes, es cuidar de los animales y poner los medios para educar a niños y mayores para evitar que sean abandonados y maltratados. Pero, ¿quién los educa a ellos?.

Antes apenas se les nombraba, excepto como problema que había que eliminar. Ahora ninguno se atreve a decir que los animales no les gustan, pero mientras existen fondos para los actos y las fiestas más insólitos, para el derroche en fuegos ratifícales y en pagos millonarios a personas que los organizan, los protectores de animales siguen inmersos en una vida desdichada, llena de tribulaciones, rumiando su impotencia, sin que las cosas apenas cambien con el paso de los años.

¿Qué Ayuntamiento, qué cabildo, qué Consejería (que cuentan siempre con numerosos asesores para todo) tiene una sola persona dedicada a educar, a formar a las nuevas generaciones en la idea de que los animales no son cosas o a procurarles el bienestar que merecen, como seres vivos que comparten nuestro espacio y nuestro tiempo?

Muchos protectores de animales creen todavía que su labor más importante es alimentar al perro o al gato de la calle, llevarlo a un veterinario y matarse en el amplio sentido de la palabra, para buscarle sitio en un refugio.

Así, con toda su buena voluntad amargan su vida y la de sus familiares viendo que a pesar de los años que van transcurriendo, a pesar de los nuevos albergues y asociaciones, sigue habiendo animales en el Teide, en los campos, en las calles…..pero pocos en la mente de los políticos, los de antes y los de ahora. Y así nos va.

Me hace gracia cuando en cualquier departamento gubernamental dedicado al turismo, se habla de la posible bajada en el número de visitantes. Si esas personas se hubieran dedicado a trabajar de verdad, una de las cosas que sabrían es que muchísimos turistas, cuando vuelven a sus casas, lo primero que hacen es escribir, contando con pelos y señales, a las asociaciones protectoras las salvajadas que vieron en nuestras islas, o en la España peninsular, que tampoco son mancos por allí.

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